Llevo más de un año colaborando en el equipo de Local Adventures y esta es la primera vez que decidí hacer una de las experiencias más populares, salto en paracaídas. Cabe mencionar que le temo a las alturas desde que tengo memoria.
El sábado muy temprano tomamos camino a Colima, decidí saltar con mi amigo y compañero, Alan (si has recibido nuestra asesoría, probablemente has sido atendido por él).
Después de dos horas, llegamos a la zona de aterrizaje en Cuahutémoc, a 10 minutos de Colima. De hecho, fue más temprano de lo acordado, por lo que teníamos 40 minutos disponibles. Decidimos ir al pueblo de allí a desayunar algo.
Después de desayunar, regresamos a la zona de aterrizaje para trasladarnos al aeropuerto. Nos movimos en una van, donde estuvimos platicando con nuestros instructores.
Dato curioso: Para ser instructor necesitas de por lo menos 500 saltos realizados.
Al llegar al aeropuerto, pasamos por un pequeño filtro de seguridad, después pasamos al cessna (la pequeña avioneta de la que saltamos). Allí, los instructores nos pusieron los arneses y nos dieron instrucciones para nuestro salto. Sinceramente no podía creer lo que estaba a punto de hacer.
Poco a poco fuimos ganando altura, los oídos comenzaban a taparse y la vista se hacía cada vez más impresionante. Para nuestra mala suerte, el volcán de Colima estaba totalmente nublado, pero aún así el paisaje era único.
El instructor me aseguró, además de mencionarme todos los puntos de seguridad con los que contaba, nuevamente se cercioró de contar con los suyos. Esto da mucha tranquilidad, sabes que cuentas con la asesoría de un profesional.
Sentir que caes a la nada, que eres tan diminuto y que estás más vivo que nunca, es lo mejor. Después de muchos gritos e incertidumbre, todo se estabilizó y disfruté mi caída libre. El viento golpea tu cuerpo, el aire se respira poco a poco, y sobre todo la vista es descomunal.
Colima está a 500 msnm y nosotros saltamos a 12,000 pies (más de 3,600 metros), esto se traduce en una caída libre de más de 40 segundos. Tiempo suficiente para que tu cerebro asimile lo que estás viviendo, pero sobre todo, que lo disfrute.
Posterior a esto, mi instructor abrió el paracaídas. Creí que la adrenalina había terminado, pero estaba equivocado. Después me pidió que tomara control del paracaídas y me enseñó a hacer piruetas.
Después de 5 minutos de piruetas, comenzó a realizar maniobras de aterrizaje, que se convirtieron en un descenso suave y certero. Después, mi amigo Alan aterrizó, ambos con una sonrisa de oreja a oreja y con la adrenalina a tope.
¡Sin compromisos!
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